03 abril 2023

El reto de formar lectores en un mundo digital

Fomento de la lectura

Sandra Medrano. Máster en Didáctica por la Facultad de Educación de la Universidad de São Paulo – USP, y especialista en libros y literatura para niños y jóvenes por la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha trabajado como profesora y coordinadora de Educación Infantil y de Educación de Jóvenes y Adultos. Actuó como formadora del Programa Parámetros en Acción y como asesora de la Coordinación de Educación de Jóvenes y Adultos del Ministerio de Educación. Actualmente, es coordinadora pedagógica del área de lengua, de la Comunidad Educativa CEDAC, miembro del equipo de coordinación del Instituto Emília/Revista Emília y profesora del Posgrado del Instituto Vera Cruz.

Querido Francesco, he venido elogiando la época en que vivimos por cuenta del regalo grandioso, realmente divino, del nuevo tipo de escritura que hace poco nos han traído de Alemania. He visto a un único hombre imprimir en un único mes tanto como podrían haber manuscrito diversas personas en un año […]. Por   este motivo, me llevaron a creer que en poco tiempo contaríamos con una cantidad tan vasta de libros que ninguna obra sería imposible de obtener por cuenta de la raridad o falta de recursos […]. Percibo, sin embargo –oh, esperanzas falsas y tan humanas, que las cosas han tomado un rumbo muy diferente del que imaginaba. Como ahora cualquiera es libre para imprimir lo que desee, en general no consideran aquello que es mejor y escriben, meramente para divertirse, aquello que quedaría mejor si fuera olvidado o, mejor todavía, si fuera borrado de todos los libros. Y, aun cuando escriben algo digno, destuercen y corrompen aquello hasta un punto en el cual sería mucho mejor no disponer de tales libros en vez de tener mil ejemplares esparciendo falsedades por todo el mundo”.

*Carta escrita por Niccolò Perotti, humanista italiano, autor de una de las primeras gramáticas escolares, a Francesco Guarnnerio, en 1471, menos de 20 años después de la popularización de la invención de Gutenberg. (citado en Darnton, 2010, p. 15)
 
Al leer este trecho de la carta de Perotti es imposible no establecer relaciones con preocupaciones y comentarios dirigidos a la realidad en que vivimos actualmente, más de cinco siglos después, con el avance de los medios digitales y la posibilidad de producción y circulación de información de manera intensa.
 
Los avances desafían valores y principios arraigados y varias formas de funcionamiento se ponen en jaque. La rapidez en el acceso a la información, que se sentía con la popularización de la imprenta, gana – en los días actuales – un sentido vertiginoso, casi imposible de describirSegún el Bowker’s Global
Books in Print, a inicios de los años 2010 se publicaron, en todo el mundo, más de 1 millón de nuevos libros cada año. Esto, claramente, coloca cuestiones sobre las formas de producción, apropiación y uso de tales publicaciones.
 
Aliado a esta avalancha de producción de informaciones, la evolución, invención y difusión de tecnologías corren a la misma velocidad. La economista Lídia Goldestein nos ofrece un ejemplo que corrobora esta idea: “El teléfono fijo demoró 75 años para alcanzar 50 millones de usuarios, la radio llevó 38 años para alcanzar este mismo público, la TV 13 años, el internet 3 años, el Facebook 1 año y el juego Angry Birds solo 35 días.”
 
Es en este contexto, de grandes cambios y retos, que se coloca – entre muchas otras cuestiones – la formación de los estudiantes y, más específicamente, la formación del lector en la escuela.
 
Más que nunca, el estudiante debe haber garantizado su derecho a una formación que posibilite su posicionamiento crítico, condiciones para un protagonismo político y social que puede ayudar a transformar este mundo en un lugar cada vez mejor para vivir y convivir.
Para garantizar este derecho es necesario el compromiso de muchos frentes; entre estos, uno se relaciona con la garantía de la educación y, particularmente, con el acceso a un bien cultural: la lectura y la escritura.
 
 
Específicamente en cuanto a la garantía de la lectura en la escuela, tenemos que avanzar considerando todo el contexto de cambios citado, relacionado con la producción y circulación de informaciones. La formación del lector en la escuela tiene que llevar en cuenta esta realidad, para que los estudiantes sepan lidiar con la avalancha de datos, como, por ejemplo, posicionarse frente a las demandas o buscar y seleccionar informaciones de acuerdo con sus intereses y necesidades, y que además consigan producir conocimientos que respondan a la construcción de nuevos escenarios y posibilidades.
 
 
Michel Serres nos hace recordar que “las ciencias cognitivas muestran que el uso de internet, la lectura o la escritura de mensajes con el pulgar, la consulta a la Wikipedia o al Facebook no activan las mismas neuronas ni zonas corticales que el uso del libro, de la pizarra o del cuaderno. Los
jóvenes pueden manipular varias informaciones al mismo tiempo. No conocen, no integran ni sistematizan de la misma forma que nosotros, sus antepasados” (SERRES, 2013, p.19). Esto indica que la didáctica de la lectura necesita considerar tales transformaciones.
 
 
Si la discusión sobre la necesidad de que la escuela se relacione con la vida ya ha ganado fuerza en otros tiempos, hoy parece aún más abominable la distancia que muchas veces las prácticas pedagógicas asumen de las demandas impuestas para nuestra existencia y participación real en el mundo.
 
 
Enseñar a leer en textos que solo circulan entre los muros de la escuela, o utilizar los textos como pretextos para la enseñanza de un contenido destituido de sentido es usurpar el derecho de formación del estudiante. Las prácticas de lectura en la escuela deben aproximarse al máximo a las prácticas sociales de lectura que existen fuera de esta. Solo así, los estudiantes podrán apropiarse de comportamientos lectores típicos de lectores competentes y lograrán que se les garanticen sus derechos como participantes de las culturas de lo escrito.
 
Tratándose de la formación de lectores literarios, es importante que consideremos que la “literatura no sirve para nada y sirve para todo”. Esta es una paradoja de las artes. Como dijo Felipe Munita en un evento en São Paulo (2018), “la literatura es para expandir las formas de diálogo consigo mismo, con el otro y con el mundo. La literatura es una de las formas del arte que nos ayuda a estar en el mundo”. Y si el mundo es esa máquina en constante y vertiginosa evolución, aún más importante es el derecho al acceso a la lectura literaria. Pero sobre esto podemos profundizar en una próxima conversación.

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